Poema de Fernán González
La intención política del poema es saltante. He consultado para mi lectura la edición del R.P. Luciano Serrano, abad de Silos. En su prólogo, el padre Serrano expresa de esta manera la tesis principal del poema:
La idea latente, pero fundamental, del Poema y que sin duda fue su inspiradora, se reduce a la siguiente: Después de la invasión musulmana, el imperio visigodo de España continuó territorial mente en Castilla primitiva, y, por ende, también su legítima soberanía sobre toda España. En la conquista mora, Castilla la Vieja fue el único territorio de toda España que no ocuparon los árabes; por esta misma razón, Castilla es heredera nata del honor, poderío y derecho dominativo del imperio godo-español. Castilla ha sido también la fuerza vital e impulsora que ha ido reconquistando el territorio de la España visigoda. Cuál sea la grandeza y honra de esta restauración aparece claro de la exposición de cómo se fundó el imperio godo y cómo se deshizo por la cimitarra de los agarenos, que el Poema describe en su primera parte.
La disputa sobre el papel de Castilla en la reconquista y sus derechos para hacerse del poder en toda la península ibérica se había trasladado al examen de la historia y, en este sentido, el poema es una abierta toma de partido en favor de los reyes castellanos. El
padre Serrano detalla de esta manera la controversia:
El obispo Lucas de Túy, nacido y educado en León, se mostró en su Crónica de España, publicada varios años antes de componerse el Poema, acérrimo contrario a Castilla, procurando con el mayor cuidado no mencionar en su obra a Castilla y, sobre todo, evitando a todo trance llamar Conde de Castilla a Fernán González, a quien invariablemente titula Conde de Burgos, calificándole de vulgar perturbador del reino de León. Para D. Lucas no hay condado de Castilla, sino sólo de Burgos; y Fernando III es rey de León y de Castilla y no, como él se firmaba, de Castilla y León.
Por su parte, toma el Poema un camino contrario; no nombra ni a Oviedo ni a León, aun cuando habla de algunos de sus reyes, y de Alfonso el Casto dice construyó la iglesia del Salvador, que se entiende era la de Oviedo. Al rey Sancho I de León llama simplemente Sancho Ordóñez; Castilla la Vieja, con las Asturias de Santillana, es el único terreno que queda libre de la invasión agarena (estrofas 81 y 82); en ésta no quedó libre lugar alguno que valiese un figo, sino Castilla la Vieja, un lugar muy antigo (estrofa 218); en Castilla, los cristianos godos se levantan contra los moros (estrofa 94) y a Castilla se acogen los fugitivos de otras tierras. Castellanos son los que nombran rey a Pelayo y con él emprenden la reconquista de Asturias de Oviedo (estrofa 117); el tributo de las cien doncellas lo paga Castilla, sin mención de Asturias ni León (estrofa 105).
Ya he sostenido que la santidad parece ser la forma que modela la vida del Conde. Pero se trata de una santidad violenta, relacionada con una manera de comprender la vida y el tiempo. En efecto, la temporalidad que el poema plantea tiene que ver con la actividad de la violencia. El poder es un recurso que debe ser alimentado mediante su demostración constante. Y esto se observa claramente cuando vemos cómo el texto representa la pérdida territorial de los cristianos en la Península. Según el poema, los musulmanes entran desde África con la ayuda del conde con Illian (o Julián) quien malaconseja al rey Rodrigo al sugerirle que ordene que las armas sean reemplazadas por los arados:
(El conde don Illián)
51 Señor, si quisieredes mi consejo tomar,
Grado a Dios del Cielo, que te fizo reinar,
Nin moro nin cristiano non te puede contrallar;
Las armas ¿qué las quieres pues non has de pelear?
52 Manda por el reino las armas desatar;
Dellas fagan azadas para las viñas labrar,
E dellas fagan rejas para panes sembrar;
Caballos e rocines todos los fagan arar.
53 Todos labren por pan, caballeros e peones,
Siembren cuestas e valles e todos los oteros,
Enriquezcan sus reynos de pan e de dineros,
Ca non has contra quien poner otros fronteros.
(Responde don Rodrigo:)
61 Habemos en Africa una buena partida;
Parias nos dan por ella la gente descreida;
Mucho oro e mucha plata, a llena medida;
Bien somos ya seguros todos desa partida.
62 El conde, caballeros, las paces ha firmadas,
E por estos ciento años las parias recabdadas;
Pueden vivir las gentes todas bien aseguradas,
Non habrán ningún miedo, visquirán en sus posadas.
63 Pues que todos habemos atales seguridades,
Han vos a dar carrera porque en paz vivades
Peones e caballeros e todas las potestades;
Que viva cada uno en las sus heredades.
64 Lorigas, capelinas e todas las brazoneras,
Las lanzas e las cochillas, fierros e espalderas,
Espadas e ballestas e asconas monteras
Metellas en el fuego; facet grandes fogueras.
65 Faredes dellas fierros, e de sus guarniciones
Picas e azadas, e picos e azadones,
Destrales e fachas, segures e fachones,
Destas cosas atales con que labren peones.
Esta ley ordenada por un rey cándido es la que permite la pérdida y la desventura. De manera que el poema plantea que la temporalidad de la paz y el trabajo campesino es más bien peligrosa y que, por el contrario, la temporalidad de las armas y de la violencia es la que confiere seguridad a las naciones cristianas.
La idea que subyace es que es la violencia la que da forma a la historia, un principio muy propio de la historiografía arcaica pero también (curiosamente) de la moderna (recordemos a Hegel y Marx). Por supuesto que la diferencia entre la violencia como motor histórico en un sentido arcaico y la violencia como motor histórico en un sentido moderno es que en el primero el sujeto privilegiado de la violencia es el noble. El valor que se privilegia es el de la fama y la fama es un repudio a la inactividad:
346 Si el home su tiempo en balde lo quiere pasar,
Non quiere deste mundo otra cosa llevar
Sinon estar vicioso, e dormir e folgar,
Deste atal mueren sus fechos cuando viene a finar.
348 Todos los que gran fecho quisieron acabar
Por muy grandes trabajos hobieron a pasar;
Non comíen cuando quisieron, nin cenan nin han yantar,
Los vicios de la carne hobiéronlos de olvidar.
349 Non cuentan de Alejandre las noches ni los dias;
Cuentan sus buenos fechos e sus caballerías;
Cuentan del rey Davit que mató a Golías;
De Judas el Macabeo, fijo de Matabías.
350 Carlos e Valdobinos, Roldán e don Ogero,
Terrin e Gualdabuey, Arnald e Olivero,
Torpin e don Riballos e el gascón Angelero,
Ercol e Salomon e el otro su compañero.
352 Por tanto es menester que los días contemos;
Los días e las noches en qué los espendemos;
Cuantos días en balde pasan, nunca los cobraremos;
Amigos, bien lo vedes qué mal seso facemos.
La obsesión con evitar que discurra en vano me parece bastante notoria. Es repudiable e innoble dejar que el tiempo pase de valde, mientras que la acción violenta no solamente es propia de los nobles, sino que es ennoblecedora. El aristócrata es, por lo tanto, un sujeto ascético y en constante actividad. El aristócrata timorato y pasivo es el que renuncia de facto a sus derechos y de allí que la figura del Conde sirva no sólo como modelo de heroísmo, santidad y nobleza, sino, más importante que ello, como afirmación de la calidad superior de las raíces de la nobleza castellana.
El ascetismo del aristócrata lo hace parecido a un monje o ermitaño y es a partir de esta virtud común que se plantea una división del trabajo: el monje es un asceta dedicado a la reflexión, mientras que el aristócrata es un asceta dedicado a la acción (o la violencia, que para este caso es lo mismo). Por ello ambas figuras no deben verse como opuestas, sino complementarias. Lo interesante es que nada de esto es inactual, ya que el mito del guerrero como santo y como agente de una voluntad superior ha seguido vigente y es una imagen sumamente poderosa (pensemos, por ejemplo, en el Che Guevara).
Ahora quiero observa algunos aspectos de la representación de los musulmanes. Dice el poema:
384 Veníen ahi destas gentes sin cuento e sin tiento,
Non eran de un logar nin de un entendimiento,
Mas feos que Satán con todo su convento
Cuando sale del infierno sucio e carboniento.
475 Los moros, bien sabedes, que se guían por estrellas,
Non se guían por Dios, que se guían por ellas;
Otro Criador nuevo han fecho ellos dellas;
Dicen que por ellas ven muchas de maravellas.
476 Hay aun otros que saben muchos encantamentos
E facen muy malos gestos con sus esperamentos
De revolver las nubes e de revolver los vientos;
Muéstrales el diablo estos entendimientos.
477 Ayuntan los diablos con sus conjuramentos;
Allégasen con ellos e facen sus conventos;
Dicen de los pasados todos sus fallimientos,
Todos facen consejo los falsos carbonientos.
478 Algún moro astroso, que sabe encantar,
Fizo aquel diablo en sierpe figurar;
Por temor que podiese a vosotros espantar
Con este tal engaño coidáronse nos tornar.
479 Como sodes sesudos, bien podedes saber
Que non han ellos poder de mal a nos facer,
Que quitóles Jesucristo el su fuerte poder;
Véades que son locos los que lo quieren creer,
Las características de los moros son: la alta de entendimiento, la fealdad y la superstición. Sorprendentemente, el poema soslaya la extensa bibliografía cristiana en torno a la influencia de las estrellas (este asunto, justamente, es el tema principial de uno de los tratados del libro de Arcipreste de Talavera). Pero me interesa destacar la representación del moro como sujeto o masa informe. Hay, por supuesto, una correlación entre su carencia de entendimiento pleno y su presencia deforme, plural y diabólica. Los moros constituyen así un sujeto colectivo asocial, que no merece ser reconocido como cuerpo político. Se trata de una representación opuesta a la que posteriormente va a primar en las letras castellanas, a saber, la del moro noble, elegante, bello y sentimental.
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