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Wednesday, February 15, 2006 

Alejo Carpentier: Los pasos perdidos

Desde perspectivas muy diversas, las llamadas "novelas de la tierra" están marcadas por el problema de la modernidad en América Latina. Claramente, en La vorágine y Doña Bárbara, el conflicto entre civilización y barbarie es uno de los motivos que articula el carácter de los personajes y del espacio. Este conflicto implica una oposición no solamente entre dos formas diversas de ver el mundo sino entre dos temporalidades. En la novela de Gallegos, la victoria de Santos Luzardo sobre doña Bárbara representa la esperanza de una idea de modernización en los llanos que conjure así la irrupción de una fuerza asociada a la magia y las tinieblas que había desarticulado los principios de la familia y la propiedad. Por su parte, en La vorágine, la extracción del caucho, obra del mundo moderno y capitalista, crea un espacio y una temporalidad alternativos y contrarios a la modernidad que la produce. En ambas novelas, los protagonistas realizan un viaje en el espacio y en el tiempo y pretenden finalmente convertirse en redentores.


En Los pasos perdidos, Carpentier recoge el tropo de este viaje y lo reinterpreta siguiendo al menos dos claves notorias: por un lado, el diálogo creativo con la vanguardia; por otro, una vindicación de aquella temporalidad alternativa que en las novelas de la tierra suele aparecer como encarnación de la barbarie. Otro desplazamiento importante es el hecho de que no hay en el protagonista deseo alguno de convertirse en redentor. El viaje del protagonista tiene en cambio la forma de una terapia personal, a través de la cual recupera el sentido perdido de su existencia.


Así, Los pasos perdidos recrea la idea, ya desarrollada en la novela hispanoamericana, del viaje en el tiempo, pero a su vez la plasma en una nueva estética e invierte los ejes axiológicos. Esto le permite transformar la dicotomía civilización y barbarie en una de civilización y primitivismo. Ahora bien, como va a quedar claro, en Los pasos perdidos "primitivismo" significará finalmente una relación especial con la cultura, relación que es enriquecedora y regeneradora.


De esta manera, el motivo del viaje, ya desarrollado en las "novelas de la tierra" posee una entonación especial. Se trata de un viaje terapéutico, regenerador, que devuelve al sujeto la experiencia del sentido. Debido al carácter particular de su experiencia, el anónimo narrador-protagonista no pretende, como Santos Luzardo, representar un modelo ideal. Sin embargo, lo definidamente particular de este protagonista se opone al carácter general e indefinido de los espacios por los que transita. El narrador ha sido devorado por la mediocridad y el aburrimiento en una ciudad que es emblema de la modernidad y que posee todas las características de New York. Emprende luego un viaje a un país latinoamericano que es una acumulación de referencias a distintas regiones de América Latina.


Lo regional de la "novela de la tierra" es entonces sustituido por un modelo de país latinoamericano. Se insiste así en una identidad que fija como su centro no la nacionalidad sino la historia. El valor de la historia debe entenderse aquí tanto en cuanto a pasado como en cuanto a una peculiar relación del sujeto con un presente discontinuo. De tal manera, por un lado este país innominado cifra los rasgos del pasado latinoamericano y a su vez cifra la coexistencia de distintas temporalidades. En consecuencia, aquella modernidad problemática que caracteriza a los países latinoamericanos deja de ser un defecto y se convierte en una fuente de riqueza. La discontinuidad histórica de la periferia aparece entonces como un valor alternativo.


Esta búsqueda de alternativas a los centros axiológicos y estéticos está fuertemente relacionada con la vanguardia. Claramente, el surrealismo es un intento por desplazar la experiencia estética hacia aspectos de la conciencia abandonados por el racionalismo del Viejo Mundo. Lo "primitivo" es entonces revalorado, porque permite retornar a una forma del uso del lenguaje que había sido reprimida por la racionalidad instrumental. Ahora bien, la vanguardia, incluso en su vindicación de lo primitivo, no puede dejar de ser una experiencia moderna. Esta misma sensibilidad que, por un lado, pone en cuestión las limitaciones de la modernidad y que por otro no puede dejar de volver a ella, porque solo en ella puede cumplirse la revolución estética y ética que se desea, la encontramos en este protagonista. La relación con el centro no llega a anularse, más bien es replanteada. Esto implica otra importante inversión, ya que no es más el centro el que fija los parámetros axiológicos de la periferia (como claramente ocurre en Doña Bárbara), sino que es la periferia la que permite evaluar la validez axiológica del centro.


Porque, en efecto, la modernidad del "primer mundo" ha perdido un
aspecto crucial de la vida como es el sentido. Si Arturo Cova fue devorado por la selva, el protagonista de Los pasos perdidos fue devorado por el monstruo de la vida moderna en la ciudad. En este lugar, el artista ha perdido sus poderes y se ha convertido en una versión degradada de creador. Ahora bien, el narrador afirma que es el mundo en el que vive la gran causa de esa subjetividad. No es posible huir del gran peso de tal influencia:


Pero evadirse de esto, en el mundo que me hubiera tocado en suerte, era tan imposible como tratar de revivir, en estos tiempos, ciertas gestas de heroísmo o de santidad. Habíamos caído en la era del Hombre-Avispa, del Hombre-Ninguno, en que las almas no se vendían al Diablo sino al Contable o al Cómitre. Por entender que era vano rebelarse, luego de un desarraigo que me hiciera vivir dos adolescencias – la que quedaba del otro lado del mar y la que se había cerrado – no veía dónde hallar libertad alguna fuera del desorden de mis noches, en que todo era pretexto para entregarme a los más reiterados excesos (14-15).


Esta, por cierto, parece ser una nueva versión del ennui, pero ya desde una sensibilidad no modernista.


Hay que observar además que, si bien su estilo de vida le permite entregarse a los excesos, el personaje no siente que viva en libertad. Aquella libertad logra a ser cumplida dentro de su viaje cuando participa en una esfera comunitaria, es decir, dentro de un orden. En consecuencia, al igual que Fabio Cáceres de Don Segundo Sombra, la plenitud del sujeto no se encuentra en la anarquía sino en la adscripción a un sistema de sólidas relaciones humanas.


Es significativo que se trate de un publicista, es decir, de un artista utilitario, ya que, como él mismo intuye, finalmente toda práctica artística está relacionada con una función. Incluso el "gran arte" está vinculado a la publicidad, mientras que las prácticas "primitivas", como lo descubrirá finalmente, están relacionadas con los deseos de producir efectos radicales en el mundo. No es, por tanto, la función la que degrada al arte y al artista, sino más bien la alienación, es decir, la ausencia de identificación con la obra que realiza. Asimismo, no es tampoco el hecho de vivir en una ciudad lo que produce el tedio; es la carencia de una identificación comunitaria y la ausencia sentido de las acciones (que así se convierten en rutina) las que producen la pérdida de orientación existencial.


Por ello, el viaje de retorno no es hacia un estadio anterior a la civilización, sino al estadio originario de la civilización. En este sentido, el "primitivo" no es quien está más cercano a la naturaleza, sino quien se halla más próximo a la cultura. Este universo de temporalidades superpuestas y discontinuas está regido por el anacronismo, lo que es otra manera de decir que el pasado no caduca. Por tanto, el mito, la leyenda y el ritual poseen sentido, es decir, son modos de comprender y de actuar que integran a los participantes dentro de una comunidad:


Los hombres de acá ponen su orgullo en conservar tradiciones de origen olvidado, reducidas, la más de las veces, al automatismo de un reflejo colectivo – a recoger objetos de un uso desconocido, cubiertos de inscripciones que dejaron de hablar hace cuarenta siglos. En el mundo a donde regresaré ahora, en cambio, no se hace un gesto cuyo significado se desconozca: la cena sobre la tumba, la purificación de la vivienda, la danza del enmascarado, el baño de yerbas, el gaje de alianza, el baile de reto, el espejo velado, la percusión propiciatoria, la luciferaza del Corpus, son prácticas cuyo alcance es medido en todas sus implicaciones (248).


Esos dos mundos tan opuestos son significativamente muy similares y por ello el de la civilización moderna aparece como una versión degradada de la vida primitiva.


En efecto, en ambos, las acciones son repetitivas; la diferencia aquí se halla en la oposición entre rutina y ritual. En la gran ciudad se ha perdido el significado de las acciones, mientras que en el mundo originario el sentido está siempre presente. Asimismo, la teatralidad que caracterizaba a la gran ciudad posee un correlato en el mundo "primitivo":


Lo que más me asombraba era el inacabable mimetismo de la naturaleza virgen. Aquí todo parecía otra cosa, creándose un mundo de apariencias que ocultaba la realidad poniendo muchas verdades en entredicho. […]
La selva era el mundo de la mentira, de la trampa y del falso semblante; allí todo era disfraz, estratagema, juego de apariencias, metamorfosis. Mundo del lagarto-cohombro, la castaña-erizo, la crisálida-ciempiés, la larva con carne de zanahoria y el pez eléctrico que fulminaba desde el paso de las linazas.
(164)


Los dos principios que parecen regir la vida en la gran urbe son la rutina y la teatralidad. En el mundo primitivo, en lugar de rutina tenemos ritual; por su parte, la teatralidad no desaparece sino que se intensifica.


Habiendo observado todos estos elementos, resulta evidente que la novela pone en tela de juicio la idea misma de "autenticidad". Ésta ya no tiene que ver con una supuesta cercanía a lo natural. Lo "auténtico" es también una puesta en escena, un resultado de la artificialidad. Pero entonces, ¿qué lo distingue del mundo de la civilización?


Todo indica que lo auténtico es lo que se halla más próximo a la cita. El viaje, en efecto, es en sí mismo una acumulación de referencias: las crónicas, los mitos griegos, la música se hallan presentes para explicar el mundo observado. Por ello, el viaje implica un reencuentro.

Así, el personaje puede comprender el escenario gracias a que éste es como un museo de imágenes ya conocidas y anteriormente visitadas. Es como un museo pero en otro sentido es diferente a un museo. En el museo, los objetos se halla fueran de su contexto original y, por tanto, su sentido es opacado. De allí que el viaje ofrezca otro tipo de experiencia:


Pero ahora me resultaba risible el intento de quienes blandían máscaras del Bandiagara, ibeyes africanos, fetiches erizados de clavos, contra las ciudades del Discurso del Método, sin conocer el significado real de los objetos que tenían entre las manos. Buscaban la barbarie en cosas que jamás habían sido bárbaras cuando cumplían su ritual en el ámbito que les fuera propio (251)


Este viaje es paralelo al que realizó a Europa en busca de la historia que su padre le había contado. Pero en Europa no encontró lo que buscaba: allí ya reinaba la barbarie y la civilización había adquirido su rostro más perverso. El mundo nuevo es, por el contrario, más auténtico, pero auténtico quiere decir, como ya lo sostuve, más fiel a la cita, es decir, curiosamente, más cercano al mundo clásico.

Quien encarna intensamente esa riqueza a la vez primitiva y clásica es Rosario. Ella concentra esa vida de sentido y es un arquetipo que le permite formar la pareja. Como lo explica el narrador: aquí, pues, la hembra 'sirve' al varón en el más noble sentido del término, creando la casa con cada gesto (151).


Es importante, por ello, que la teoría mimética original y que causó el viaje sea refutada. Porque no es la imitación de la naturaleza lo que se encuentra en el origen, sino su negación. La epifanía se alcanza, en efecto, al observar el rito del hechicero contra la muerte:


Es algo situado mucho más allá del lenguaje, y que, sin embargo, está muy lejos aún del canto. Algo que ignora la vocalización, pero es ya algo más que la palabra. A poco de prolongarse, resulta horrible, pavorosa, esa grita sobre un cadáver rodeado de perros mudos. Ahora, el Hechicero se le encara, vocifera, golpea con los talones en el suelo, en lo más desgarrado de un furor imprecatorio que es ya la verdad profunda d e toda tragedia – intento primordial de lucha contra las potencias de aniquilamiento que se atraviesan en los cálculos del hombre –. (182)



Los ideales del mundo clásico, eso que en el primer mundo ha quedado relegado al museo y la enciclopedia, son intensamente vividos en este nuevo mundo.


Esta perspectiva, sin embargo, no es reaccionaria. Se trata, por el contrario, de un punto de vista que, en su momento, era claramente de izquierda: invertir los valores colonialistas y colocar al nuevo mundo como un espacio regenerador de las relaciones humanas. Si bien, como he dicho ya, el protagonista no pretende representar un ideal, no deja de ser cierto que Los pasos perdidos está en la línea vanguardista de revalorar la experiencia latinoamericana. Esta revaloración no es un rechazo al "mundo occidental", sino, por el contrario, como ya he explicado, una recuperación (a través, por cierto, de nuevas figuras y nuevos espacios) de los ideales vertidos en la mitología de occidente. En este sentido, el pasado no demanda una vuelta reaccionaria, sino una purificación del presente.

El musicólogo pretende ese retorno al origen creyendo que así va a lograr recuperar una conexión más o menos honesta con los ancestros. Él muestra un miedo terrible, que en la novela se plantea como el miedo generalizado que siente el hombre civilizado en su vida cotidiana: “(…)miedo a la reprimenda, miedo a la hora, miedo a la noticia, miedo a la colectividad (…), miedo a lo que pueda ocurrir”. Ése miedo es el que permite que el viaje sea un viaje al Génesis para “perpetrar la eterna afición del hombre por el falso semblante, el disfraz, el fingirse animal”.

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  • I'm Daniel Salas
  • From Boulder, Colorado, United States
  • Ph. D. Universidad de Colorado en Boulder. Thomas E. Devaney Fellow. Editor de Reseñas de "Dissidences", Hispanic Journal of Theory and Criticism. Visiting Assitant Professor, Colby College.
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