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Wednesday, August 23, 2006 

Alfonso Martínez de Toledo: Libro del Arcipreste de Talavera (El Corbacho)

Es un libro contra el “loco amor” en tanto opuesto al verdadero amor. Así, sobre la distinción entre eros y ágape, el arcipreste de Talavera redacta un tratado de tradición ovidiana basándose en las ideas desarrolladas por Andreas Capellanus en De Amore. Para el lector moderno, la misoginia de Alfonso Martínez de Toledo, arcipreste de Talavera (1398-1470) puede ser intolerable. El títulos de algunos capítulos nos puede ilustrar sobre la posición del arcipreste respecto del ánimo perverso de las mujeres:

De cómo la muger es murmurante e detractora. De cómo las mugeres aman dyestro e a syniestro por la gran cobdiçia que tienen. Cómo la muger es enbidiosa de qualquiera más fermosa que ella. Cómo la muger según da non ay constançia en ella; Cómo la muger es cara con dos fazes. Cómo la muger es desobediente.

Pero en este extremado desprecio por la mujer y en esta diatriba exacerbada contra el deseo sexual, es posible encontrar una clave de lectura más amable: en efecto, es posible entender el texto del arcipreste de Talavera como una fusión de motivos clásicos en una clave más bien humorística. La sucesión de anécdotas y el cambio de voces en el discurso directo dan la impresión de que el libro estaba pensado para ser interpretado en varias voces y para introducir una serie de situaciones cómicas. En la edad media, el sexo es, por cierto, una fuente muy rica de humor y qué mejor manera que enfrentar una ansiedad cotidiana que representándola a través del modelo cómico.

El libro pretende ser una defensa del amor divino frente al peligro del amor carnal. El punto clave del argumento es que el loco amor origina inevitablemente todos los pecados y la disminución de la persona. En efecto, el “loco amor” es desordenado y desintegrador, mientras que el verdadero amor (el amor a Dios y el inspirado en Dios) es ordenado e integrador. Por ello este texto puede leerse como la disputa entre dos metáforas: el del erotismo como fuerza centrífuga y el del amor divino como fuerza cohesionante. En efecto, el loco amor se interpone en medio de la amistad entre los varones, debilita la razón del amante, destruye la familia, anula la vocación religiosa e inaugura la violación de todos los mandamientos. Una de las ideas que pueden derivarse es que incluso en el buen matrimonio no debe existir esta pasión, ya que el hombre y la mujer deben aspirar a la unidad. Ceder al erotismo implica, desde este punto de vista, desviarse de la función de la familia y poner en peligro la estructura misma de la sociedad:

por desordenado amor de amantes, muertes ynfinidas, como ante dixe, se syguen, guerras innumerables, e muchas pases se quebrantan por esta rrazón. E vimos cibdades, castyllos, logares por este caso destruydos. E vimos muchos rricos, en oro copisos, desfechos por tal ocasión (88)

Mientras que la debilidad del ánimo de la mujer es natural y nunca se dice que provoque consecuencias de magnitud social, la debilidad del hombre se produce por la interferencia de la pasión que la mujer produce en él. Y es importante hacer notar que la debilitación de los hombres apasionados (no de las mujeres) produce la catástrofe social.

Claramente, la armazón misma de la cultura descansa en el sujeto masculino, quien debe protegerse de los engaños que produce el amor erótico. Si esto es así, puede entenderse el libro del arcipreste de Talavera como un diálogo polémico (en clave humorística, como ya sostuve) con la tradición de la literatura erótica y el amor cortés. Si el amor cortés se representa siguiendo el modelo social (esa relación entre el señor –es decir, la amada— y el vasallo –es decir, el amante—), Alfonso de Martínez nos propone observar el erotismo como un modelo opuesto: la forma de la pasión amorosa no solamente no reproduce el modelo social, sino que, por el contrario, lo desintegra.

Si, además de ello, agregamos la carencia de gravedad (visible en la inserción constante de anécdotas de tinte cómico y que puede acentuarse en la performance de lectura) podemos entender este libro como una inversión de modelos que se plantean como más elevados o sublimes. El texto se propone como un tratado, pero el desarrollo nos lleva a un tratado indecoroso. La conjunción de citas de autoridades como Aristóteles, Capellanus o Catón con anécdotas humorística y claramente vulgares (un efecto que también vemos en el Libro de buen amor) dan a entender que, aún si el libro desarrolla un tema serio (pues compromete la salvación del alma), es una burla de aquella sublimación del amor erótico que posee un gran soporte en la tradición textual consagrada (especialmente Ovidio y el amor cortés). Allí se hallaría su efecto moralizante.

Martínez de Toledo, Alfonso. Libro del arcipreste de Talavera. Marcela Ciceri Ed. Madrid: Espasa Calpe, 1990.

Yo creo que es un poco dificil leer este tipo de libros, sobre todo por el contexto en el que se manejan... pero se me antojó leerlo por tu reseña jeje

saludos

Siempre me ha parecido un misterio el Arcipreste de Talavera, y no estoy seguro de que tu interesantísima sugerencia resuelva todas mis dudas.

Es bastante claro que el modelo idealizado del amor carnal que construye la literatura provenzal (y general, el "amor cortés") es seriamente cuestionado en el texto español (y en otros, como el del A. de Hita, e incluso en La Celestina, que es más tardío). Pero no es tan claro cuál es el papel de la misoginia en ese discurso.

El modelo del amor cortés configura un discurso mucho más complejo, autoconsciente, y con tremendas repercusiones. De hecho, podemos decir que sus premisas centrales (aunque pasaron bajo el tamiz romántico y victoriano) están vigentes incluso hoy. Esa es prueba de su maleabilidad y su capacidad para adaptarse a las necesidades del discurso hegemónico.

El discurso de la crudeza (por decirlo de algún modo) ha estado y está bajo ataque. Aunque es también permanente, rara vez sin embargo es autoconsciente, y menos aún, hegemónico, al menos en Occidente. Sin embargo, dista mucho de ser un discurso subversivo, como bien señalas.

Tú pareces sugerir que la cruda misoginia de El Corbacho es un recurso simbólico para condenar el amor carnal. Por otro lado, en el discurso cortés, el amor carnal es enteramente sublimado, invisibilizado, digamos. Eso sugiere que ambos buscan lo mismo. Ocurre sin embargo que la última estrategia parece ser mucho más eficiente en controlar el amor carnal (quizá a eso se deba su ubicuidad). Si eso es cierto, la pregunta es por qué.

Me animo a exponer una conjetura. El discurso de la crudeza, por su misma naturaleza, no invisibiliza el amor carnal, al contrario, lo expone, lo ridiculiza. Combate fuego con fuego, por así decirlo. Y al hacerlo así, es, paradójicamente, un vehículo de promoción del amor carnal.

Me permito poner un ejemplo con una situación real mucho más moderna. Cuando estaba en Tucson (una ciudad en la frontera México-USA) supe del siguiente caso. Alguien notó que el número de embarazos adolescentes entre hispanas estaba en aumento; los padres y autoridades educativas decidieron hacer una campaña en los colegios. Y no se les ocurrió otra cosa que hacer una advertencia racista y misógina. Pusieron un cartel en algunos colegios de High School advirtiendo a los muchachos gringos que las adolescentes hispanas inmigrantes usaban el embarazo para obtener beneficios migratorios. La sorpresa fue que el número de embarazos de adolescentes hispanas se disparó a la estratosfera, y que los responsables eran, más que nunca, los muchachos gringos advertidos. ¿Qué pasó? Pues que los adolescentes esos leyeron el mensaje oculto (no intencional, pero presente): que las adolescentes hispanas son fáciles, que los estaban llamando. Y ellos no se hicieron esperar.

Vemos aquí claramente que la cruda misoginia con intención moralizante tiene el efecto contrario. Esto permite darle un nuevo ángulo a los textos españoles (los Arciprestes, la Celestina). Uno podría aceptar sin problemas que los padres tucsonianos que pusieron esos carteles tenían en efecto una intención moralizante, pero que no advirtieron el mensaje oculto que su discurso contenía. Pero ¿podemos decir lo mismo de los mencionados escritores españoles? ¿Acaso no es evidente que al decir, por ejemplo, que “las mugeres aman dyestro e a syniestro por la gran cobdiçia que tienen” se está diciendo también que son ‘fáciles’ y ‘accesibles’? ¿qué tanta advertencia sobre su “ánimo perverso” dice también “y qué estás esperando”? ¿Por qué no pensar que la misoginia en este caso, lejos de ser un recurso simbólico de condena al amor carnal es en verdad un vehículo para su promoción, envuelto en un ropaje moralizante?

Como decía, estas son preguntas, no respuestas.

Quiero agradecer a Sandra y a Miguel por sus comentarios, que me ayudan a no sentirme solo en esta tarea que a veces parece aislarnos del mundo.
En cuanto a lo que sugieres, Miguel, me parece acertado e interesante. En efecto, el modelo del amor cortés no es tan arcaico, pues parece seguir vigente en muchos aspectos: por ejemplo, en las ideas de que el amor ennoblece y, a la vez, establece una relación de subordinación simbólica, por supuesto, respecto de la amada. Pero también podemos encontrarnos aún con el mito de que el amor erótico enloquece, desintegra y destruye. Ahora bien, entiendo que, al igual que yo, tú no olvidas que el mito del amor cortés y el del loco amor poseen algo en común: que observan al amor como actividad sexual. La sublimación del amor cortés nunca deja de lado que lo que quiere el caballero es, finalmente, acostarse con la dama. Esto es muy distinto del amor como beatificación que podemos ver en el dolce stil nuovo. Por eso es interesante que el arcipreste oponga el loco amor al amor divino y no, por ejemplo, la fidelidad conyugal. El nunca sugiere que haya que amar a la esposa porque el amor no es lo que define al matrimonio. El amor por la esposa sería también amor erótico y, por tanto, igualmente nocivo para el sujeto, que debe atender, principalmente, el amor a Dios. Estoy totalmente de acuerdo cuando dices que “El discurso de la crudeza, por su misma naturaleza, no invisibiliza el amor carnal, al contrario, lo expone, lo ridiculiza.”. Esa es precisamente la tesis de mi lectura, a saber, que el Corbacho implica un diálogo con la tradición ovidiana y cortesana. Ahora bien, en el caso del Libro de buen amor, la estrategia es explícita: te muestro los peligros y las satisfacciones del loco amor para que tú decidas, porque eres finalmente tú quien debe decidir correctamente, que es lo mismo que leer correctamente. Por decirlo de una manera, el planteamiento moralizante se produce a través de la puesta en escena del libre albedrío y de allí la figura del libro como instrumento que puede tocarse bien o mal. Claramente, el libre albedrío no implica una relativización moral: el hecho de que yo pueda elegir el mal no significa que el mal sea indistinguible del bien. La estrategia del arcipreste de Talavera es a todas luces diferente: representar al sexo como una actividad peligrosa (ya que no se puede negar que sea placentera) recurriendo al ridículo y al humor. Que esa ridiculización pueda leerse de otra manera tal vez sea posible, pero yo no veo que el texto (a diferencia del libro del arcipreste de Hita) lo plantee. El arcipreste de Talavera no deja de ser más ingenioso que los misóginos de Tucson: en vez de decir que esas mujeres con las que te acuestas quieren solamente una visa, dice que el sexo te hace perder la razón, la nobleza, la honra, la propiedad y el alma. Me parece un argumento más atemorizante y convincente.

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