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Friday, October 06, 2006 

Fray Toribio Motolinia: Historia de los Indios de Nueva España

La Historia de los Indios de Nueva España de fray Toribio de Benavente o Toribio Motolinia es la historia de la salvación de los indios. Como tal, la narración no se modela sobre la base de la violencia, sino de la progresión espiritual. Por ello, el año en que llegaron los españoles es [e]l año que vino nuestro Señor; el año que vino la fe (275). Asimismo, la conquista trajo un tiempo de prosperidad:

nunca tanto ha llovido, ni tan buenos temporales han tenido después que se puso el Santísimo Sacramento en esta tierra, porque antes hubo muchos años estériles y trabajosos; por lo cual conocido por los Indios, está esta tierra en tanta serenidad y paz, como si nunca en ella se hubiera involucrado al demonio (230).

Antes de la llegada de los españoles, el demonio estaba “involucrado” y entorpecía la belleza natural. Esta alusión es clave, ya que por una parte Motolinia presenta la naturaleza de México como edénica; pero por otro no puede ocultar que allí prosperó un Estado que se sustentaba en el sacrificio humano.

Ciertamente, es el modelo bíblico el que permite crear la consistencia de la historia: el paraíso fue corrompido por la serpiente diabólica (de hecho, las serpientes son animales que, afirma Motolinia, abundan en la región) y ahora ese pecado es sanado por la gracia de Cristo. Así, pues, que México sea un lugar tan fértil y hermoso, y que esté habitado por indios inocentes y devotos que hace uno años realizaban sacrificios horrendos es explicado por la intervención del demonio en primer lugar y la de Cristo en un momento posterior. Esta estrategia permite construir al indio como un sujeto que no puede ser en principio culpado, ya que ha sido engañado por el gran engañador que es el diablo. Por ello, Motolinia llama a confiar más en la devoción de los indios, a quienes se a sacado de las garras del demonio a quienes no se les debe negar lo que quieren, pues es suyo el reino de Dios (256). Esta llamada de atención tiene que ver con los sacerdotes que se negaban a dar los sacramentos de los indios pretextando su falta de fe y su dudosa comprensión del significado de los sacramentos:

Oído he yo por mis oídos a algunas personas decir que sus veinte años o más de letras no los quieren emplear en gente bestial; en lo cual me parece que no aciertan, porque a mi parecer no se pueden las letras mejor emplear que en mostrar al que no lo sabe el camino por donde se tiene de salvar y conocer a Dios (257).

Motolonia más bien sostiene que esta ingenuidad es un estado de pureza el que permite darle al indio la categoría de bienaventurado y, por tanto, de ser privilegiado para la salvación.

En el desarrollo de aquella estrategia puede detectarse una muy sutil y con seguridad reprimida visión utópica que, sin embargo, aflora en el momento en que Motolinia se refiere a las tres etapas de la historia prehispana de México: a saber, la de los chichimecas, la de los colhua y la de los mexicas. Para explicar esta forma utópica que adquiere la historia, quiero llamar la atención sobre lo que dice de los chichimecas, es decir, de los indios de la etapa más primitiva:

Estos Chichimecas no se halla que tuviesen casas, ni lugares, ni vestidos, ni maíz ni otro género de pan, ni otras semillas. Habitaban en cuevas y en los montes; manteníanse de raíces de campo y de venados, y liebres, y conejos y culebras. Comíanlo todo crudo o puesto a secar al sol; y aun hoy día hay gente que vive de esta manera (194).

Claramente, los chichimecas están relacionados con “lo crudo”; la forma de su existencia apenas se sobrepone a la naturaleza. Por el contrario, sus sucesores, los colhua eran gente de razón, y labraron y cultivaron la tierra, y comenzaron a edificar y hacer casas y pueblos (195). Sin embargo, la vida de los chichimecas se parece más a un mundo utópico y en donde se vive “cristianamente”:

Tenían y reconocían estos Chichimecas a uno por mayor, al cual supremamente obedecían. Tomaban una sola mujer y no había de ser pariente. No tenían sacrificios de sangre, ni ídolos; mas adoraban al Sol y teníanle por Dios (194).

El lector puede entrever la idea de que el Estado es el gran sacrificador y corruptor. Y, en efecto, el sacrificio está vinculado con grandes monumentos y con un orden social muy complejo. El canibalismo no es aquí por tanto “primitivo”, ya que lo “primitivo” está vinculado con la inocencia dentro de la cual no son posibles ni el incesto ni el sacrificio humano. El canibalismo deriva de una sociedad compleja que practica rituales sofisticados. Creo importante anotar que el texto parece expresamente dejar sueltas varias fracturas. Una de ellas es que no hay un relato que dé cuenta de cómo se pasó de este estado paradisiaco a un estado de brutalidad, dentro del cual: [e]ra cosa de gran lástima ver los hombres criados a imagen de Dios vueltos peores que brutos animales; y lo que peor era, mas cometían otros muchos, y se herían y descalabraban unos a otros, aunque fuesen muy amigos y propincuos parientes (207). Así, pues, si bien hay una explicación para este cambio (la obra del demonio), Motolinia no se preocupa en historizar ese cambio; pero este silencio no deja de poner en evidencia que es la civilización la que embrutece. Ello porque la animalidad en Motolinia se entiende como el desgobierno de las pasiones y las pasiones se desbocan dentro de marcos culturales complejos. Es por ello significativo que Motolinia dedique tantas páginas y tantos detalles a los rituales de los mexicas: claramente, no es su fin de declarar una inconmovible brutalidad, ya que la tesis de la historia apunta exactamente a lo contrario: más bien todo parece indicar que el salvajismo se produce dentro de estados avanzados de civilización; de hecho, los rituales de los mexicas son sangrientos y crueles, pero están notoriamente marcados por su condición ritual y su complejidad. Las páginas dedicadas a la manera en que los mexicas contaban el tiempo puede tener que ver con una estrategia destinada a enfatizar su elevada formación cultural. Este acercamiento al pasado prehispánico no se da desde el vacío. Hay un tipo humano que permite comprender a estos indios, a saber, el del pagano. El pagano, en efecto, puede ser un sujeto complejo y sutil, pero ignorante respecto de un aspecto importante como es el de la fe cristiana.

Pero esto genera otra fractura, ya que, en efecto, el pagano repentinamente se convierte en un ser manso e inocente. Así, como ya expliqué, resulta a la vez bastante notorio el hecho de que el franciscano ve en el indio al pobre y al bienaventurado del evangelio en este sentido: la pobreza es un estado primitivo, edénico, definido por la inocencia. No en vano “motolinía” es el nombre adoptado por fray Toribio de Benavente y quiere decir “pobre” en nahuatl. Motolinia no da señales de ver una contradicción entre el pagano civilizado y el manso del paraíso, como si ambas figuras correspondieran a momentos excluyentes.

El tropo de la pobreza evangélica gobierna la narración y además permite marcar la diferencia entre el hombre español y el indio: estos Indios cuasi no tienen estorbo que les impida ganar el cielo, de los muchos que los Españoles tenemos y nos tienen sumidos, porque su vida se contenta con muy poco, y tan poco, que apenas tiene con que se vestir y alimentar (234). El contraste entre el español y el indio permite articular el gran dilema de esta historia espiritual: la aceptación de la cristiandad y el repudio a los vicios de los españoles corruptos.

Esta diferencia de talantes alcanza tanto lo físico como lo espiritual. Así, mientras los indios son naturalmente recios, fuertes, alegres, ligeros y hábiles (235) y [n]o se desvelan en adquirir ni guardar riquezas, ni se matan po alcanzar estados y dignidades (234); el español es débil: y porque le ha dado un poco de frío o de aire vase al fuego mientras que le limpian el sayo y la gorra; y porque está muy desmayado desde la cama al fuego, no se puede peinar (235) y, sobre todo, codicioso: [s]i alguno preguntase qué ha sido la cusa de tantos males, yo diría que la codicia, que por poner en el cofre más barras de oro para no sé quién, que tales bienes digo yo que no los gozará el tercero heredero (210). Asimismo, el indio está marcado por la mansedumbre mientras que el español lo está por la pasión: los Españoles tenemos un corazón grande y vivo como fuego, y estos Indios y todas las animalías de esta tierra naturalmente son mansos, y por su encogimiento y condición, desandados en agradecer, aunque muy bien sienten los beneficios (256). En esta última cita, encuentro una interesante analogía entre los animales y el hombre, como si el entorno mismo definiera el talante de los seres. La mansedumbre parece tener que ver con el paisaje o el escenario. Sin embargo, este determinismo tiene que ver con los naturales y, por ello, los españoles no se convierten en mansos al llegar a América; por el contrario, este paraíso es un lugar en donde ponen en escena formas extremas de la crueldad y la codicia.

El relato de Motolinia contiene un héroe principal: fray Martín de Valencia, el evangelizador de México, uno de cuyos doce apóstoles fue el mismo Motolinía; hay otros héroes menores individualizados, principalmente indios fervorosos que en circunstancias cruciales saben enfrentar al demonio. Un personaje indígena importante es Quetzacoatl, quien aperece como aquel que enseñó las leyes naturales a los indios. Es de sumo interés observar la manera en que Motolinia reivindica esta figura. Según el fraile, Querzacoatl era:

hombre honesto y templado, y comenzó a hacer penitencia de ayunos y disciplinas, y predicar, según se dice, la ley natural, y enseñar por ejemplo y por palabra el ayuno; y desde este tiempo comenzaron muchos en esta tierra a ayunar; no fue casado, ni se le conoció mujer, sino que vivió honesta y castamente. Dice que fué este el primero que comenzó el sacrificio, y a sacar sangre de las orejas y de la lengua; no por servir al demonio, sino en penitencia contra el vicio de la lengua y el oir; después el demonio lo aplicó a su culto y servicio (198).

La necesidad de reivindicar a Quetzacoatl puede entenderse como una defensa de la ley natural, ese conjunto de normas morales que son autoevidentes y derivables de la naturaleza misma de las cosas. Para el acceso a esos principios, no es necesaria la empresa imperial. Sin embargo, la llegada de los cristianos debe entenderse como el regreso al mundo de la armonía con Dios y la naturaleza amplificada por la verdad de la fe. Los indios aprenden rápidamente esta nueva fe porque su naturaleza mansa les permite absorber sin dificultad esa nueva verdad. Evidentemente, los franciscanos, por su acento en la mansedumbre y la pobreza, son los llamados a evangelizar a estos indios y devolverles su paraíso perdido. América es, en efecto, un terreno hermoso y utópico: pues miren y vengan aquí, que todo lo hallarán junto, hecho por la mano de Dios, sin afán ni trabajo, lo cual todo convida a dar gracias a quien hizo y crió las fuentes y arroyos, y todo lo demás en el mundo criado con tanta hermosura (309-10). Sin embargo, es de esta misma tierra de la cual dice Motolinia, muchas páginas antes, que ya hay muchos pueblos asolados (210) y de la cual se han descrito los sufrimientos de las minas, la esclavitud, las enfermedades y otras calamidades a las cuales Motolinia comparó con las diez plagas de Egipto (203). O bien a Motolinia no le importa esta discontinuidad, o bien el fraile está refiriendo a dos momentos diferentes, con lo cual las desgracias de los indios son ya cosa del pasado; sin embargo, la codicia de los españoles mostrada como actual no parece sostener la segunda lectura. Por ahora, entiendo que la belleza y la pureza del Nuevo Mundo sobreviven a la violencia y la codicia de los conquistadores e incluso a la negligencia de muchos evangelizadores.

He hablado de ciertos héroes y de sus nombres. Sin embargo, a diferencia de otras crónicas y relaciones, el relato de Motolinia no abunda en figuras individuales. La mayoría de las veces, las anécdotas no consignan el nombre de sus protagonistas. Indios y españoles, y en medio de ellos, los frailes franciscanos, aparecen sin individualizar; son más bien tipos humanos y, en el caso de los indios, más claramente, conforman una masa de pobres evangélicos. Son, pues, los actores masivos quienes protagonizan esta historia.

He hablado también de discontinuidad y fractura. Tal vez esta lectura se deba a mi posición de lector contemporáneo y quizá, en gran medida, las contradicciones que señalo no sean tales para quien mira la historia desde el punto de vista de la salvación, según el cual, he podido entender, son menos importantes las anécdotas y los personajes de los episodios, y sea más relevante la gran hazaña de la fe. Hay un momento del relato en el cual Motolinia se refiere a cómo los indios entregaban a sus ídolos a los sacerdotes, quienes los usaban para construir los cimientos de las iglesias. Inmediatamente después, Motolinia escribe un discurso de tono elegiaco en el cual lamenta la muerte y codicia en la Nueva España. El editor coloca a pie de página la anotación de un comentarista que afirma que:

El autor cambia repentinamente de asunto y de estilo. Todo lo que sigue no tiene relación con lo que va tratando, ni con el epígrafe del capítulo. Parece que este trozo está fuera de lugar; pero tanto el M.S. como la edución de Kingsborough lo colocan aquí, y no nos hemos atrevido a trasladarlo (210).

En mi interpretación, si la idolatría fue el cimiento de la Iglesia, es compresible que Motolinia reflexione sobre esta consistencia que ha sido quebrantada por los españoles codiciones. Eso puede ser un indicio de que, en un plano trascendental, la historia de la salvación es coherente y no admite fracturas; es en el plano de la experiencia que esta historia se fragmenta. Los españoles han cometido crímenes contra los indios que son pobres, bienaventurados e imágenes de Dios; sin embargo, no han podido impedir el desarrollo mismo de la salvación, que da sentido a la conquista y que reafirma la tarea y la vocación de los franciscanos.

Motolinia, Toribio. “Historia de los Indios de Nueva España”. Memoriales. Historia de los Indios de Nueva España. Madrid: Atlas. 1970. 201-333.

Saludos.
En el libro de Fray Bernardino de Sahún “Historia General de las Cosas de la Nueva España” se menciona que los 12 franciscanos que llegan por primera vez a tierras mexicanas a evangelizar, son quienes destruyen los ídolos y cúes (pirámides y templos) de nuestros ancestros colocando sobre ellas las iglesias.
Después de la película del Código de Vinci descubrimos que en nuestros tiempos ya no se desencadenan desastres religiosos por el fanatismo, la mayoría somos capaces de escuchar diferentes opiniones de manera pacífica y respetuosa.
¿Qué tan posible será que los franciscanos permitan excavaciones bajo sus templos? Esto mostraría zonas arqueológicas que beneficiarían nuestra cultura, las visitas turísticas que mejorarían la economía de los lugares, y a ellos pues también les aumentaría la visita a sus iglesias.

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