La ciudad y los perros
“ – Cuatro – dijo el Jaguar.
Los rostros se suavizaron en el resplandor vacilante que el globo de luz difundía en el recinto, a través de escasas partículas limpias de vidrio. ”
Este comienzo debe de ser uno de los más conocidos de la literatura peruana y hay que prestarle mucha atención. En principio, parece sostener que uno de los ejes de la historia es el azar.
Porque, en efecto, el Círculo ha realizado un sorteo para determinar quién ha de ir en busca del examen de química. Así, la decisión a través del sorteo se propone como un acto de justicia, pues implica una equidad: cualquiera de los miembros tuvo las mismas posibilidades de ser sido elegido. Pero no por ello deja de ser significativo que el elegido sea Cava, es decir, el cholo. No deja de ser significativo porque si sobre alguien recae el peso de la sociedad clasista y racista que se refleja en el colegio militar es, precisamente, el cholo. Ser cholo es distinto de ser indio. De hecho, al recorrer el patio, Cava ve a la vicuña y piensa respecto de su género que “se parece a los indios”. Hay alguien que podría estar más abajo en el escalón social, pero este sujeto se presume ausente, porque no hay quien se identifique (ni a quien se identifique) con los indios.
¿Pero qué diferencia hay entre haber sido elegido por los dados y haber nacido cholo? Da la impresión que el sorteo posee en realidad una doble cara: por un lado, es un procedimiento justificado en la equidad; por otro, no es distinto que la condena social que recae sobre unos y no sobre otros. Pero, como se explica en La lotería de Babilonia, el sorteo es superfluo. Aquí parece que estamos ante una forma similar de definir las relaciones sociales, porque el sorteo puede verse como una sentencia sobre alguien que ya ha sido sentenciado.
Una de las lecturas posibles de La ciudad y los perros apunta a un sutil conflicto entre los dos extremos de la estructura social clasista: el cholo y el blanco, es decir, Cava y el Esclavo. Esta oposición produce, sin duda, un paralelo: ambos personajes son los menos favorecidos por el sistema que se impone en la escuela, uno por su raza, el otro por su incapacidad de asumir el carácter; ambos son presionados a ser solidarios con un sistema de cosas que no los favorece; ambos, también, sufren una condena.
La cuestión racial y la definición de lo masculino atraviesan la novela por ello el “azar” parece más un modo aparente de la necesidad. Tengamos en cuenta que el Esclavo, al menos oficialmente, muere accidentalmente. Uno estaría tentado de ver en Cava y el Esclavo dos “víctimas” y, en cierto sentido, ambos pueden ser entendidos como objetos de sacrificio.
Pero el sacrificio supone una recuperación ulterior del orden a través, precisamente, de la victimización. Claramente, esto no ocurre. No podemos decir, por ejemplo, que la muerte del Esclavo recomponga un orden masculino perturbado. No podemos decir, tampoco, que la muerte del Esclavo recomponga alguna idea de justicia.
Todo parece indicar algo peor: que no existe ningún orden, así como en La lotería de Babilonia se llega a la conclusión de que no existe la Compañía. El “orden” es una mera ilusión, así como el “azar” es una aparente forma de justicia.
Y ello se conecta de que el mundo de la escuela está compuesto en una clave histriónica. No existe la justicia, sino forma de proceder que simulan la justicia. Obsérvese que la escuela misma se plantea como una simulación de la vida militar: claramente, el Colegio Leoncio Prado no es la Escuela del Ejército, aunque el teniente Gamboa quisiera que lo fuera. Claramente, los cadetes no son soldados y sus maniobras quieren parecerse a las maniobras militares. La escuela tampoco es un cuartel, si bien quiere parecerse a un cuartel. Asimismo, la escuela debería ser idealmente un lugar en donde se fusionan las clases sociales, las procedencias nacionales diversas y las razas, pero esto tampoco ocurre. La nación es, por tanto, un fantasma. Si hay un lugar en donde con toda seguridad la nación peruana es una “comunidad imaginaria” es justamente la escuela en donde supuestamente se forma y se le rinde culto. Para entender al teniente Gamboa, debemos entonces pensar en un personaje a quien le toma tiempo comprender que el papel que cumple es básicamente histriónico.
Ahora bien, no hay que olvidar que el cuerpo militar mismo se plantea de manera histriónica. El enemigo es un enemigo imaginario; las maniobras siempre se realizan en un teatro de operaciones imaginario; la vida militar (especialmente en el Perú) supone vivir más la violencia bélica como potencia que como acto. El militar se prepara para la guerra exterior, pero la guerra exterior puede no venir nunca (o bien convertirse en guerra de otro modo, por ejemplo, en guerra interior).
Si esto es así, el Colegio Militar es como el fantasma de otro fantasma. Por ello los símbolos son de gran importancia: son los elementos que permiten la cohesión de la puesta en escena. Pero estos símbolos parecen poseer un correlato difuso: la nación, el heroísmo, la justicia son fundamentalmente medios retóricos. La ingenuidad de Gamboa reside en creer en ellos. La muerte del Esclavo puede leerse, claro, como un crimen, pero esto me parece la lectura menos interesante; otra manera de verla es como la introducción perturbadora de un elemento exterior a la escena, un hecho que difícilmente puede ser asimilado por la retórica con la cual se rige este mundo de reclusión.
Los rostros se suavizaron en el resplandor vacilante que el globo de luz difundía en el recinto, a través de escasas partículas limpias de vidrio. ”
Este comienzo debe de ser uno de los más conocidos de la literatura peruana y hay que prestarle mucha atención. En principio, parece sostener que uno de los ejes de la historia es el azar.
Porque, en efecto, el Círculo ha realizado un sorteo para determinar quién ha de ir en busca del examen de química. Así, la decisión a través del sorteo se propone como un acto de justicia, pues implica una equidad: cualquiera de los miembros tuvo las mismas posibilidades de ser sido elegido. Pero no por ello deja de ser significativo que el elegido sea Cava, es decir, el cholo. No deja de ser significativo porque si sobre alguien recae el peso de la sociedad clasista y racista que se refleja en el colegio militar es, precisamente, el cholo. Ser cholo es distinto de ser indio. De hecho, al recorrer el patio, Cava ve a la vicuña y piensa respecto de su género que “se parece a los indios”. Hay alguien que podría estar más abajo en el escalón social, pero este sujeto se presume ausente, porque no hay quien se identifique (ni a quien se identifique) con los indios.
¿Pero qué diferencia hay entre haber sido elegido por los dados y haber nacido cholo? Da la impresión que el sorteo posee en realidad una doble cara: por un lado, es un procedimiento justificado en la equidad; por otro, no es distinto que la condena social que recae sobre unos y no sobre otros. Pero, como se explica en La lotería de Babilonia, el sorteo es superfluo. Aquí parece que estamos ante una forma similar de definir las relaciones sociales, porque el sorteo puede verse como una sentencia sobre alguien que ya ha sido sentenciado.
Una de las lecturas posibles de La ciudad y los perros apunta a un sutil conflicto entre los dos extremos de la estructura social clasista: el cholo y el blanco, es decir, Cava y el Esclavo. Esta oposición produce, sin duda, un paralelo: ambos personajes son los menos favorecidos por el sistema que se impone en la escuela, uno por su raza, el otro por su incapacidad de asumir el carácter; ambos son presionados a ser solidarios con un sistema de cosas que no los favorece; ambos, también, sufren una condena.
La cuestión racial y la definición de lo masculino atraviesan la novela por ello el “azar” parece más un modo aparente de la necesidad. Tengamos en cuenta que el Esclavo, al menos oficialmente, muere accidentalmente. Uno estaría tentado de ver en Cava y el Esclavo dos “víctimas” y, en cierto sentido, ambos pueden ser entendidos como objetos de sacrificio.
Pero el sacrificio supone una recuperación ulterior del orden a través, precisamente, de la victimización. Claramente, esto no ocurre. No podemos decir, por ejemplo, que la muerte del Esclavo recomponga un orden masculino perturbado. No podemos decir, tampoco, que la muerte del Esclavo recomponga alguna idea de justicia.
Todo parece indicar algo peor: que no existe ningún orden, así como en La lotería de Babilonia se llega a la conclusión de que no existe la Compañía. El “orden” es una mera ilusión, así como el “azar” es una aparente forma de justicia.
Y ello se conecta de que el mundo de la escuela está compuesto en una clave histriónica. No existe la justicia, sino forma de proceder que simulan la justicia. Obsérvese que la escuela misma se plantea como una simulación de la vida militar: claramente, el Colegio Leoncio Prado no es la Escuela del Ejército, aunque el teniente Gamboa quisiera que lo fuera. Claramente, los cadetes no son soldados y sus maniobras quieren parecerse a las maniobras militares. La escuela tampoco es un cuartel, si bien quiere parecerse a un cuartel. Asimismo, la escuela debería ser idealmente un lugar en donde se fusionan las clases sociales, las procedencias nacionales diversas y las razas, pero esto tampoco ocurre. La nación es, por tanto, un fantasma. Si hay un lugar en donde con toda seguridad la nación peruana es una “comunidad imaginaria” es justamente la escuela en donde supuestamente se forma y se le rinde culto. Para entender al teniente Gamboa, debemos entonces pensar en un personaje a quien le toma tiempo comprender que el papel que cumple es básicamente histriónico.
Ahora bien, no hay que olvidar que el cuerpo militar mismo se plantea de manera histriónica. El enemigo es un enemigo imaginario; las maniobras siempre se realizan en un teatro de operaciones imaginario; la vida militar (especialmente en el Perú) supone vivir más la violencia bélica como potencia que como acto. El militar se prepara para la guerra exterior, pero la guerra exterior puede no venir nunca (o bien convertirse en guerra de otro modo, por ejemplo, en guerra interior).
Si esto es así, el Colegio Militar es como el fantasma de otro fantasma. Por ello los símbolos son de gran importancia: son los elementos que permiten la cohesión de la puesta en escena. Pero estos símbolos parecen poseer un correlato difuso: la nación, el heroísmo, la justicia son fundamentalmente medios retóricos. La ingenuidad de Gamboa reside en creer en ellos. La muerte del Esclavo puede leerse, claro, como un crimen, pero esto me parece la lectura menos interesante; otra manera de verla es como la introducción perturbadora de un elemento exterior a la escena, un hecho que difícilmente puede ser asimilado por la retórica con la cual se rige este mundo de reclusión.
Sólo una precisión: hay que recordar que el término de Benedict Anderson no es "comunidad imaginaria" (en el sentido de existente sólo en la imaginación), sino "comunidad imaginada" (aludiendo a que si la nación llega a tener una forma de existencia real, accederá a ella luego de un inicial esfuerzo de imaginación colectiva).
Por otro lado, en algún artículo, precisamente relacionado con Vargas Llosa, he propuesto el giro "comunidad inimaginable" para referirse a mundos en los que las formas de vinculación social son infructuosas, inútiles o inadecuadas, y creo que esa es un poco la idea que encuentras en La ciudad y los perros: el concepto de justicia es, sin duda, uno de los llamados a construir la nación y su orden social, pero la justicia en la novela es un puro formalismo, acaso un simulacro.
Posted by Gustavo Faverón Patriau | 6:46 AM
Gustavo:
Es muy importante tu precisión. Hay algo más: siguiendo la definición de Anderson, la comunidad imaginada lo es tal en tanto que sus miembros no se conocen entre sí y, sin embargo, se reconocen como integrantes de la comunidad. Aquí se trata de una comunidad masculina cuyos miembros se conocen entre sí. La comunidad no tendría que ser "imaginada" en este sentido; y, sin embargo, la escuela es incapaz de formar ese ideal de reconocimiento de lo diverso y de la unidad.
Ahora bien, el hecho de que la comunidad imaginada funcione no es necesariamente algo bueno. Hay una escena impresionante en "El triunfo de la voluntad" deLeni Riefenstahl, que parece ser la puesta en escena de esa cualidad del ejército de unir hombres de diferentes regiones y crear un reconocimiento mutuo respecto de la Nación. En esta escena, cada soldado va diciendo de qué región de Alemania es, mientras se llaman solemnemente "camaradas". En la puesta en escena de Leni Riefenstahl el Ejército es también un conjunto histriónico, pero uno que puede construir los ideales de unidad que se propone.
Posted by Daniel Salas | 7:19 AM
No estoy seguro si en el film de Leni Riefenstahl el ejército sea un conjunto histriónico, al menos no a propósito. Como sabes, Riefenstahl era una cineasta pro nazi (y nunca renegó de eso). Pero, por supuesto, tu observación es correcta a otro nivel: todo esfuerzo por crear unidad allí donde hay solo individuos---todo esfuerzo por neutralizar las diferencias---es un esfuerzo histriónico.
Si regresamos a Vargas Llosa con esa idea, tal vez podamos decir que la novela propone precisamente eso: que todo intento por crear un orden solo consigue crear una forma artificial, espectral. Todas las comunidades son "inimaginables", en el sentido que Gustavo le da a ese término.
Posted by Miguel Rodríguez Mondoñedo | 10:42 AM
Volviendo al tema de la raza, ¿no es importante la forma en que la novela muestra un mundo en el que el mestizaje es aceptado como una característica clave de la nación, y sin embargo no crea relaciones horizontales entre los cadetes? En ese mundo hay unas formas de mestizaje que son aceptadas más fácilmente que otras: Cava tiene demasiado componente indígena como para ser igual que los demás. Pero el Poeta tiene demasiado de blanco para pasar piola (aunque su situación no es tan complicada como la de otros). Viniendo de Miraflores, le cuesta encontrar la forma de integrarse al mundo del colegio. El Jaguar es rubio, pero su "achoramiento" lo vuelve mestizo, por así decirlo. En este mundo, nadie es blanco ni cholo ni negro. Como en el Perú real (bueno, el que yo conozco) se es "más blanco que", "menos negro que", "más indio que"... Ante el racismo de los de arriba (por ejemplo de la enamorada de Alberto, que en epílogo llama a Teresa "chola", si no me equivoco), el mestizaje es una respuesta, pero no una respuesta que permita relaciones más justas. Apenas un racismo diferente.
Posted by Miguel Rivera | 4:13 PM
Sinceramente, no veo el mestizaje en La Ciudad y los Perros, en ningún sentido, ni en realidad ningún criterio unificador o "nacional".
Y con respecto a "chola", es importante notar que en el Perú (a diferencia de otros países hispanos) esa palabra, en especial cuando es usada entre blancos (y en especial en la generación de nuestros padres), tiene una connotación afectuosa---en eso contrasta mucho con "serrano", por ejemplo, que sí es usado como insulto racial.
Posted by Miguel Rodríguez Mondoñedo | 11:12 PM
A ver... ¿en qué contexto la enamorada de un pata le llama "chola" al ex agarre de ese mismo pata de manera afectuosa? Nada que ver, pues. "Cholo" o "chola" pueden ser afectuosos como vocativos o como sobrenombres, pero muy rara vez dentro de un discurso dicho en tercera persona.
Posted by Gustavo Faverón Patriau | 4:53 AM
No, no intentaba decir que esa frase en particular no era insultante o racista. La expresión puede bien serlo en este caso. Es más la expresión siempre es racista (con diferentes grados) cuando se usa de blanco hacia no-blanco (es un caso similar a la expresión nigger que solo se puede usar cariñosamente entre afroamericanos)---una de las esposas de Richard Pryor, que era blanca, cuenta que la primera vez que se juntó con los patas de su marido en una fiesta donde todos los demás eran afroamericanos, todo el mundo se decía "nigger tal", "nigger cual" tantas veces que ella se animó y le dijo a alguien "...nigger tal": súbitamente se hizo un silencio sepulcral, que su marido tuvo que arreglar con un chiste.
La situación de "cholo/a" no es tan diferente, aunque tiene sus particularidades. El caso de la novela, bien puede ser una instancia "no cariñosa" del uso de la palabra, por supuesto.
Posted by Miguel Rodríguez Mondoñedo | 11:54 AM