Juan de Valdés: Diálogo de la lengua
Escrita bajo el reinado de Carlos I de España, el Diálogo de la lengua es una obra más bien escéptica, carente del entusiasmo imperialista de los estudios de Nebrija y, de hecho, se plantea en oposición a la obra del erudito andaluz. La incompetencia de Nebrija que Valdés acusa se debe a su nacionalidad: el andaluz es un hablante desviado de la lengua castellana; pero además (y es muy interesante que el personaje Valdés lo señale) Nebrija ha reducido el castellano a su aspecto latino, dejando de lado vocablos extraídos de otras vertientes lingüísticas. Sin embargo, a Valdés le interesa, a partir de ello, demostrar que buena parte de la galanura del castellano se debe a que puede ser comprendida por los hablantes de otras lenguas. Es como si propusiera que el castellano es un medio apropiado como lingua franca, si bien no se encuentra aún en el nivel de las lenguas consagradas.
Así, pues, la lengua castellana existe; es diferente y dominante en la península, pero no hay (como uno podría esperar) un tono celebratorio. Porque la lengua castellana, a pesar de ser “elegante y gentil”, sigue siendo “vulgar”. A diferencia de la lengua toscana, la lengua castellana nunca ha tenido quien escriva en ella con tanto cuidado y miramiento cuanto sería menester (123). Y la prueba de la vulgaridad del castellano es que no puede reducirse a reglas: porque ya sabéis que las lenguas vulgares de ninguna manera se pueden reduzir a reglas de tal suerte que por ellas se puedan aprender y siendo la castellana mezcla de tantas otras, podéis pensar si ninguno puede ser bastante a reduzirla a reglas (153).
Las reglas no pueden haber sido establecidas porque no hay una escritura que permita la consolidación de un orden. Solamente las grandes letras pueden finalmente dar forma a lo informe.
En este universo de ideas renacentista, hay una dialéctica entre lo noble y lo vulgar. Por un lado, la lengua se asienta en el habla popular, que se compendia en los refranes; por otro, la escritura se constituye en la medida de la consolidación de la calidad de una lengua. Sin embargo, el humanista Valdés no se atreve a considerar equivalente la lengua castellana con la de los griegos y romanos. No elimina, de hecho, el privilegio de los clásicos, cuya autoridad deriva de una elevada y sabia tradición escrita y erudita.
Sin embargo, para el caso del castellano, la fuente es popular. Los refranes castellanos son la fuente más citada para definir las propiedades gramaticales de la lengua. La vulgaridad de esta fuente no termina conferir al castellano la calidad de lengua clásica. Respecto de los refranes, el personaje Valdés reconoce que: No tienen mucha conformidad con ellos [los refranes latinos y griegos], porque los castellanos son tomados de dichos vulgares, los más dellos nacidos y criados entre viejas, tras del fuego hilando sus ruecas; y los griegos y latinos, como sabéis, son nacidos entre personas dotas y están celebrados en libros de mucha dotrina. Pero, para considerar la propiedad de la lengua castellana, lo mejor que los refranes tienen es ser nacidos del vulgo (127).
Según esta cita, la propiedad de la lengua se ampara en el habla del vulgo; ella fundamenta lo que es “propio” y “correcto”. Esta idea, sin embargo, no es sostenida en todas sus consecuencias, porque por una parte la lengua termina de refinarse en la escritura de los hombres de ingenio y porque por otra se admite que los refranes contienen voces y modos sintácticos arcaizantes. La conciencia moderno del tiempo, por supuesto, es clave en el pensamiento renacentista, en la forma nueva en que se desarrolla la idea de historia.
Constantemente, el personaje Valdés reformula la gramática de refranes que suenan anticuados basándose en su intuición de hablante. Cuando, por ejemplo, Marcio le pregunta por qué escribe “truxo” cuando otros escribe “traxo”, la respuesta del personaje Valdés nada tiene que ver con una argumentación filológica: Porque es a mi ver más suave la pronunciación, y porque assí lo pronuncio desde que nací (158). Más adelante, respecto de la ortografía y pronunciación de otras palabras, agrega que: porque assí me suena mejor y he mirado que assí escriven en Castilla los que se precian de scrivir bien (158).
Aparentemente, hay una tensión entre el vulgo, que es la fuente de la lengua y su propietario, y la clase letrada, quien define la galanura de esa lengua. La solución a esto se comprende mejor si aceptamos que el mundo estamental no está visto en términos de contradicción. El vulgo y el letrado forman parte de un mismo cuerpo social. Pero esto no significa que el modelo estamental medieval se haya quedado incólume. El cambio social importante en el renacimiento se encuentra en el reconocimiento del “ingenio”. ¿Quiénes son plebeyos y vulgares para el personaje Valdés? Los hombres de ideas sutiles, no los que carecen de noble linaje: Aunque sean quan altos y quan ricos quisieren, en mi opinión serán plebeyos si no son altos de ingenio y ricos de juicio (172).
La idea de linaje y nobleza se conserva, pero ya no es la puramente aristocrática en un sentido arcaico. De esta manera, cuando el personaje Valdés establece el linaje del castellano dentro del latín, como para asegurar su origen dentro de las grandes lenguas clásicas, se entiende que la nobleza del latín se encuentra en la sabiduría y excelencia espiritual que alcanzaron sus grandes hombres. Esto es lo que el humanista rescata y esto mismo implica un cuestionamiento a la aristocracia arcaica que, como se ve en Lazarillo, a falta de enemigos, usa su espada para atacar copos de algodón. Dar forma a la lengua, establecer su gramática, parece tener que ver con una nueva idea de “sistema” que se apoya en los grandes proyectos imperiales. La propuesta política parece ser la de que es menester una nueva aristocracia letrada que permita administrar el Imperio. Esta nueva aristocracia no tiene que suponer que posee una superioridad en razón de una condición noble innata e inamovible, sino en razón de su capacidad por imitar a los clásicos. El castellano es una lengua vulgar y ello significa que hay un gran trabajo pendiente por hacerla equiparable a las lenguas clásicas o las recientemente consagradas, como la toscana.
Ahora bien, la reflexión sobre la lengua nace de la reflexión sobre la escritura. El diálogo surge por que los napolitanos Marcio y Coriolano y el español Torres quieren comentar unas cartas de Valdés. Además, hay un escribano, llamado Aurelio, quien guarda silencio durante el diálogo pero que sirve de transmisor de lo oral a lo escrito. El “diálogo”, por supuesto, lo es solamente en tanto modelo retórico, pero no hay tal cosa como un interés por capturar “varias voces” y mucho menos representar la oralidad. Valdés reconoce la temporalidad y la densidad social de la lengua, pero todo ello debe estar regimentado por el letrado humanista.
Valdés, Juan de. Diálogo de la lengua. Cristina Barbolani ed. Madrid: Cátedra. 1998.
Así, pues, la lengua castellana existe; es diferente y dominante en la península, pero no hay (como uno podría esperar) un tono celebratorio. Porque la lengua castellana, a pesar de ser “elegante y gentil”, sigue siendo “vulgar”. A diferencia de la lengua toscana, la lengua castellana nunca ha tenido quien escriva en ella con tanto cuidado y miramiento cuanto sería menester (123). Y la prueba de la vulgaridad del castellano es que no puede reducirse a reglas: porque ya sabéis que las lenguas vulgares de ninguna manera se pueden reduzir a reglas de tal suerte que por ellas se puedan aprender y siendo la castellana mezcla de tantas otras, podéis pensar si ninguno puede ser bastante a reduzirla a reglas (153).
Las reglas no pueden haber sido establecidas porque no hay una escritura que permita la consolidación de un orden. Solamente las grandes letras pueden finalmente dar forma a lo informe.
En este universo de ideas renacentista, hay una dialéctica entre lo noble y lo vulgar. Por un lado, la lengua se asienta en el habla popular, que se compendia en los refranes; por otro, la escritura se constituye en la medida de la consolidación de la calidad de una lengua. Sin embargo, el humanista Valdés no se atreve a considerar equivalente la lengua castellana con la de los griegos y romanos. No elimina, de hecho, el privilegio de los clásicos, cuya autoridad deriva de una elevada y sabia tradición escrita y erudita.
Sin embargo, para el caso del castellano, la fuente es popular. Los refranes castellanos son la fuente más citada para definir las propiedades gramaticales de la lengua. La vulgaridad de esta fuente no termina conferir al castellano la calidad de lengua clásica. Respecto de los refranes, el personaje Valdés reconoce que: No tienen mucha conformidad con ellos [los refranes latinos y griegos], porque los castellanos son tomados de dichos vulgares, los más dellos nacidos y criados entre viejas, tras del fuego hilando sus ruecas; y los griegos y latinos, como sabéis, son nacidos entre personas dotas y están celebrados en libros de mucha dotrina. Pero, para considerar la propiedad de la lengua castellana, lo mejor que los refranes tienen es ser nacidos del vulgo (127).
Según esta cita, la propiedad de la lengua se ampara en el habla del vulgo; ella fundamenta lo que es “propio” y “correcto”. Esta idea, sin embargo, no es sostenida en todas sus consecuencias, porque por una parte la lengua termina de refinarse en la escritura de los hombres de ingenio y porque por otra se admite que los refranes contienen voces y modos sintácticos arcaizantes. La conciencia moderno del tiempo, por supuesto, es clave en el pensamiento renacentista, en la forma nueva en que se desarrolla la idea de historia.
Constantemente, el personaje Valdés reformula la gramática de refranes que suenan anticuados basándose en su intuición de hablante. Cuando, por ejemplo, Marcio le pregunta por qué escribe “truxo” cuando otros escribe “traxo”, la respuesta del personaje Valdés nada tiene que ver con una argumentación filológica: Porque es a mi ver más suave la pronunciación, y porque assí lo pronuncio desde que nací (158). Más adelante, respecto de la ortografía y pronunciación de otras palabras, agrega que: porque assí me suena mejor y he mirado que assí escriven en Castilla los que se precian de scrivir bien (158).
Aparentemente, hay una tensión entre el vulgo, que es la fuente de la lengua y su propietario, y la clase letrada, quien define la galanura de esa lengua. La solución a esto se comprende mejor si aceptamos que el mundo estamental no está visto en términos de contradicción. El vulgo y el letrado forman parte de un mismo cuerpo social. Pero esto no significa que el modelo estamental medieval se haya quedado incólume. El cambio social importante en el renacimiento se encuentra en el reconocimiento del “ingenio”. ¿Quiénes son plebeyos y vulgares para el personaje Valdés? Los hombres de ideas sutiles, no los que carecen de noble linaje: Aunque sean quan altos y quan ricos quisieren, en mi opinión serán plebeyos si no son altos de ingenio y ricos de juicio (172).
La idea de linaje y nobleza se conserva, pero ya no es la puramente aristocrática en un sentido arcaico. De esta manera, cuando el personaje Valdés establece el linaje del castellano dentro del latín, como para asegurar su origen dentro de las grandes lenguas clásicas, se entiende que la nobleza del latín se encuentra en la sabiduría y excelencia espiritual que alcanzaron sus grandes hombres. Esto es lo que el humanista rescata y esto mismo implica un cuestionamiento a la aristocracia arcaica que, como se ve en Lazarillo, a falta de enemigos, usa su espada para atacar copos de algodón. Dar forma a la lengua, establecer su gramática, parece tener que ver con una nueva idea de “sistema” que se apoya en los grandes proyectos imperiales. La propuesta política parece ser la de que es menester una nueva aristocracia letrada que permita administrar el Imperio. Esta nueva aristocracia no tiene que suponer que posee una superioridad en razón de una condición noble innata e inamovible, sino en razón de su capacidad por imitar a los clásicos. El castellano es una lengua vulgar y ello significa que hay un gran trabajo pendiente por hacerla equiparable a las lenguas clásicas o las recientemente consagradas, como la toscana.
Ahora bien, la reflexión sobre la lengua nace de la reflexión sobre la escritura. El diálogo surge por que los napolitanos Marcio y Coriolano y el español Torres quieren comentar unas cartas de Valdés. Además, hay un escribano, llamado Aurelio, quien guarda silencio durante el diálogo pero que sirve de transmisor de lo oral a lo escrito. El “diálogo”, por supuesto, lo es solamente en tanto modelo retórico, pero no hay tal cosa como un interés por capturar “varias voces” y mucho menos representar la oralidad. Valdés reconoce la temporalidad y la densidad social de la lengua, pero todo ello debe estar regimentado por el letrado humanista.
Valdés, Juan de. Diálogo de la lengua. Cristina Barbolani ed. Madrid: Cátedra. 1998.
Interesante reseña, Daniel. Una acotación, sin embargo. No me parece tan claro que la expresión "vulgar" tenga todos los alcances que tú le das. La tensión entre "el vulgo" y los letrados no es necesariamente una tensión política, o con referencias estamentales. "Vulgar" en estos contextos quiere decir "oral" (en un contexto en donde la lengua escrita se considera superior a la lengua oral). Precisamente Valdés trata de decir que la lengua castellana tiene todas las propiedades para ser la lengua de la escritura (y en eso sigue una tradición iniciada por Dante con De Vulgari Eloquentia)---en algún momento un personaje dice que es un desperdicio no escribir en castellano.
No es exacto tampoco que Valdés crea que no es posible dar reglas para el castellano. El diálogo mismo está dividido en diferentes secciones (que son diferentes jornadas, creo recordar), cada una dedicada a un aspecto diferente de la lengua. Es verdad que Valdés va todo el tiempo diciendo que no hay reglas, pero al mismo tiempo va formulando y discutiendo muchas reglas. Enrique Carrión decía que esos comentarios del tipo "ah, como saben, no puede haber reglas aquí" seguido inmediatamente de la regla que se supone que no hay, no son sino comentarios burlones a la opinión general entonces de que solo el latín tiene reglas---y que las lengus vulgares son lenguas desordenadas donde cada uno hace lo que quiere. De hecho, Valdés distingue diferentes tipos de reglas en la lengua: reglas para aprender la lengua, reglas para escribir, reglas de correspondencia con el latín, el árabe, etc.
Y no puede ser de otra manera, pues el objetivo del Diálogo es mostrar que el castellano es perfectamente capaz de expresar el pensamiento más elevado.
Posted by Miguel Rodríguez Mondoñedo | 11:40 PM
Sin embargo, la razón por la cual las reglas está definidas en las lenguas clásicas es porque ya hay una escritura que las ha fijado. Y también Valdés deja claro que al castellano le faltan textos clásicos. El humanista no es un enemigo de lo vulgar, por supuesto, pero lo vulgar debe coexistir con la cultura letrada. El humanista aspira a ocupar un lugar y un lugar de control, no de mero exaltador o descriptor. Entender los fundamentos del diálogo se hace difícil por momentos, ya que a veces la razón que Valdés da es "así me suena mejor" o "así lo digo desde que nací", que es como admitir finalmente que la autoridad está en la oralidad.
Posted by Daniel Salas | 7:41 AM