Francisco Javier Clavijero: Historia antigua de México
Los mexicanos con todas las demás naciones que ayudaron a su ruina, quedaron a pesar de las cristianas y prudentes leyes de los Monarcas Católicos, abandonadas a la miseria, a la opresión y al desprecio no solamente de los españoles, sino aún de // los más viles esclavos africanos y de sus infames descendientes, vengando Dios en la miserable posteridad de aquellas naciones la crueldad, la injusticia y la superstición de sus mayores. Funesto ejemplo de la Justicia Divina y de la inestabilidad de los reinos de la tierra. (313-14)
Que un jesuita expulsado hable de “cristianas y prudentes leyes de los Monarcas Católicos” causa, cuando menos, un contrasentido. Cuando Clavijero postula una Justicia Divina, deja abierta la posibilidad de que ésta también cumpla su papel vengador contra quienes ahora gobiernan. Ello explica ese mordaz detalle de que la historia de los mexicanos es un ejemplo de “inestabilidad de los reinos de la tierra”.
Ahora bien, aun cuando es posible entender que en su Historia Clavijero está resolviendo un asunto personal, esto debe ser apenas uno entre los tantos elementos que influyen en un tipo de escritura que devela una sensibilidad criolla y, por supuesto, ilustrada.
Por un lado, hablo de sensibilidad ilustrada en tanto que Clavijero se esfuerza en mostrarse como un narrador documentado, veraz y objetivo. No en vano comienza su relato con una exposición crítica de sus fuentes, que incluyen documentos escritos e iconográficos. Así, dice por ejemplo de las cartas de Cortés que “se ve en ellas modestia y sinceridad en las relaciones, pues no alaba sus propios hechos ni oscurece los otros” (I-31). No deja de ser extraño que se refiera así a unas relaciones en las que destaca exactamente lo contrario, es decir, que se contruyen sobre el éfasis protagónico del mismo autor. Pero esto es explicado por el individualismo histórico detectable en Clavijero, en donde el héroe es un agente de violencia definido de un modo personal. (Es evidente un aristocratismo que voy a examinar posteriormente). En cambio, Clavijero descarta a Las Casas, sosteniendo que sus relaciones “contienen algunos puntos de la historia antigua de los mexicanos; pero tan alterados y exagerados que no puedo descansar sobre la fe del autor” (I 38). La imposibilidad de que Las Casas calce en este relato puede tener que ver con esa visión aristocrática que privilegia la violencia como eje de la historia. El modelo de Las Casas es notoriamente arcaico; por ejemplo, el uso de los números puede tomado por Clavijero como una notoria muestra de la aludida exageración. Clavijero, en cambio, se propone una historia moderna, que dé paso a un tipo de verosimilitud desligada de esa noción masiva de pueblo deudora del Antiguo Testamento. Así, privilegia la iniciativa intrépida e individual, y enfoca con frecuencia las motivaciones personales y los cálculos que dan cuenta de las conductas de sus personajes. En este aspecto, es posible detectar el influjo de una sensibilidad ilustrada.
Por otro lado, cabe observar una sensibilidad criolla, en tanto que la recuperación de la “historia antigua” significa aquí la recuperación de una época gloriosa, previa al estado de embrutecimiento en el que vive el “mexicano” (que aquí equivale a “indígena”, no a criollo) y que se halla presente en el presente de la escritura. En efecto, para Clavijero el carácter de los mexicanos está definido por una personalidad oculta y sibilina: “Esta habitual desconfianza en que viven, los induce frecuentemente a la mendacidad y a la perfidia, y generalmente hablando, la buena fe no ha tenido entre ellos toda la estimación que debiera” (I 169). Sin embargo, esta condición es fruto de experiencias, no de una condición biológica (un tipo de discurso que recién podría ser propuesto por el positivismo del XIX); por tanto, en el carácter del mexicano “entra lo malo y lo bueno, pero lo malo podría corregirse con la educación, como lo ha demostrado la experiencia” (I 171). Esta condición de simpleza moral es el residuo de un tiempo extinguido, en el cual el hombre mexicano prevaleció y supo construir una gran civilización. Por ello, Clavijero sostiene que “[m]uchos concediendo a los mexicanos una gran habilidad para la imitación se la niegan a la invención. Error vulgar que se ve desmentido en la // historia antigua de la nación” (I 168-69) y asimismo que “en las almas de los antiguos mexicanos había // más fuego, y hacían mayor impresión las ideas de honor. Eran más intrépidos, más ágiles, más industriosos y más activos, pero más supersticiosos y más inhumanos” (I 171-72). Así, pues, si bien el mexicano de hoy es un creyente, hay en su carácter un estado de resignación y desconfianza que a Clavijero le resultan desagradables, teniendo en cuenta que estos hombres descienden de una raza que cultivó la virilidad y heroicidad. Por supuesto, Clavijero no deja de mencionar que esta civilización extinguida estaba cegada por la idolatría y la crueldad, pero el énfasis siempre se halla en un tono elegiaco que lamenta la pérdida de esta agencia indígena que fue capaz de producir una gran civilización provista de un complejo orden moral y religioso.
La visión de la historia de Clavijero es, como ya dije, individualista y aristocrática. El papel de las masas se circunscribe a ser inducidas por personalidades excepcionales y carismáticas. La plebe es átona y desidiosa. Es necesaria la intervención de un líder carismático y enérgico como Moctezuma I para animarla a rebelarse contra los tepanecas (I 292). La historia que relata Clavijero, entonces, es la historia de los virtuosos, en un sentido no sólo de excelencia espiritual sino también de masculinidad. El campo de la historia es, en efecto, un terreno homosocial y en donde la mujer cumple el papel de objeto de intercambio y de afirmación de las alianzas. La única excepción a esto es la Malinche, la intérprete que coopera activamente con Cortés; pero su agencia está claramente delimitada. Y esto se observa más claramente cuando notamos que los juicios sobre la personalidad se limitan a los personajes masculinos: el narrador celebra la sabiduría de los reyes legisladores o la audacia bélica de Moctezuma I, mientras condena la carencia de iniciativa del segundo Moctezuma y la falta de tino y la crueldad de Cortés; pero la Malinche no es objeto de juicio ético alguno. Es como si la responsabilidad de la historia recayera exclusivamente en sujetos masculinos.
El hecho de que aquellas virtudes sean minoritarias y sesgadamente masculinas no impide que sean las representantes de la nación extinguida: en esa minoría selecta se encuentra la cifra del pasado.
Clavijero parece estar muy influido por algunas claves bélicas que Cortés presenta en sus cartas de relación. Una de ellas, la más saltante, es la presentación del acto audaz o perturbador como elemento táctico. Otra son las alianzas tácticas que incluso pueden cobrar la forma de alianzas familiares. Al respecto, es conocido el episodio de los soldados de Cortés que trepan el volcán al cual los indios temen y al cual Clavijero menciona también en su Historia. En el relato de Clavijero los mexicanos van ganando posiciones en tanto que se muestran más crueles que sus enemigos, a través de actos de extrema crueldad que poseen un carácter espectacular, como desollar y sacrificar a una princesa (la hija del señor de Colhuacán) para hacer un vestido con sus pieles o cortar las manos de los mensajeros. Constantemente, Clavijero califica a estos actos como ejemplos de barbarie y consecuencia de la idolatría. Además, siendo un ilustrado, a pesar de su condición de clérigo, niega la intervención de fuerzas demoniacas. Pero a pesar de estas calificaciones, el lector comprende este tipo de actos, sobresalientes por su fiereza, permiten la progresiva hegemonía de los mexicanos. La violencia se presenta entonces como una sucesión de hechos que tienen un carácter de puesta en escena.
Sin embargo, Clavijero explícitamente repudia la violencia: “La pasión de un príncipe o de un ministro mal corregida, basta a inundar de sangre los campos, a arruinar las ciudades, a trastornar reinos y a poner en movimiento a toda la tierra” (I 262-63). Pero este escenario de sangre permite poner en acto altas virtudes como el honor. Tal es el caso de Tlahuilcole, el guerrero tlaxcala vencido que se niega a regresar derrotado a su tierra y pide ser muerto como los demás (II 30). Es interesante el hecho de que a este valiente guerrero se le conceda el privilegio de morir peleando en un tipo de sacrificio que posee todas las características de un espectáculo: amarrado de una pierna, debe enfrentarse a sucesivos contrincantes y sólo después de haber matado a varios, llega a ser muerto.
Pero también dentro de este mismo escenario se desarrolla la vileza traicionera de Cortés y la medianía o la candidez del segundo Moctezuma. No podemos decir entonces que la historia de Clavijero se fundamente en una gruesa exaltación de la violencia: las malas artes, la cobardía, la carencia de ánimo, son también elementos que se presentan en esta historia y que se señalan como serios defectos. Por un lado, esta polaridad le confiere al relato de Clavijero cierta densidad; por otro, permite que la historia pueda ser interpretada como ensayo de las acciones presentes y futuras. El pasaje final que cité al comienzo de este comentario parece sugerir (muy sutilmente) una profecía, que se enfatiza por el tono elegiaco del capítulo final y que indica el fin de una raza de hombres valientes por causa de una acción artera y traidora que rompe con el esquema de honor bélico. Tenoxtitlán, convertida en un enorme cementerio hediondo, es un terreno feo, en donde ya no puede tener lugar aquella gloria que impulsó la civilización mexicana.
Clavijero, Francisco Javier. Historia antigua de México. Porrúa: 1945. 3 vol.